jueves, 15 de julio de 2010

EL REFUGIO DEL PIRATA


Es de todos sabido que el hábitat natural de un pirata es su velero. Que solamente escuchando los crujidos de sus cuadernas y el susurro del viento en las velas, y acunado por su balanceo, concilia un sueño completo y reparador.


Pero ¡ay, amigos! ¿Os habéis parado a pensar qué ocurre cuando el navío (o su capitán) se caen a pedazos de puro viejo; cuando los embates de la mar superan la resistencia de su carcomido esqueleto?


En efecto, en ese momento hay que buscar un lugar bien resguardado, a salvo de las marejadas, de los cañones enemigos y hasta de los motines de la propia tripulación.


Un lugar donde amarrarse con toda la fuerza posible y esperar a que el tiempo y la intemperie se ocupen, poco a poco del desguace y el hundimiento final.


Vaya por delante que aún me siento con fuerzas para afrontar cualquier tempestad, para surcar los mares que sean preciso, abordar todo buque enemigo que se ponga a mi alcance, recalar en muchos puertos y asaltar cuantas plazas fueran menester.


Pero, para cuando me llegue ese momento inevitable, en que las podridas jarcias ya no puedan siquiera sujetar el velamen mil veces recosido, nos hemos preparado ese lugar, cerquita del Montoro de mis aventuras de infancia y adolescencia. Aquí nos encontraréis y aquí podréis abarloaros a nuestro costado cuantas veces lo deseéis.

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